Cómo nacen mis textos

La habitación azul

Todo empieza con una nota en el iPhone. A veces es una frase, otras una imagen que se me queda colgada en la cabeza como un eco. Si no tiene fuerza, se queda ahí, en los bocetos. Pero si algo se enciende, si el latido es real, entonces empiezo a escribir directamente en el móvil. No por rapidez, sino por cercanía: me resulta natural, como si la historia saliera directamente del bolsillo.

De ahí pasa al cuaderno. El mío se llama Da Vinci, como si nombrarlo me ayudara a tomarme en serio lo que hago. Escribir a mano me obliga a ir más lento, a escuchar mejor la historia. A dejar que respire.

Mientras tanto, me documento, investigo si hace falta, y empiezo a visualizarlo todo. En paralelo, trabajo con ChatGPT para crear las imágenes que acompañarán el texto: portadas, escenas, atmósferas. A veces una imagen me ayuda a entender mejor lo que estoy escribiendo. A veces es al revés.

Cuando siento que la historia ya tiene cuerpo, la paso a Word. Ahí la ordeno, la pulo, la leo en voz alta. Quito lo que sobra. Encuentro el ritmo. Es el momento más técnico, pero también el más revelador: cuando descubro si el texto puede sostenerse solo.

Y entonces, si todo encaja, lo subo a Substack. Lo convierto en post. Lo programo. Lo suelto.

Es un proceso íntimo. No escribo desde la inspiración repentina, sino desde una mezcla de constancia, intuición y afecto. Cada texto que publico ha pasado por mis manos varias veces, por mi mirada, por mis dudas. Es mi forma de estar en el mundo.

Bienvenidos a La habitación azul. Aquí nacen los relatos. Aquí me encuentro conmigo mismo.