He salido de Edimburgo a primera hora de la mañana.
El tren avanza hacia Inverness como si se deslizara entre respiraciones antiguas. Afuera, el páramo escocés es una sucesión de grises húmedos, de charcos detenidos en mitad del campo, de arbustos que apenas se sostienen bajo el peso del invierno.
La niebla lo cubre todo como una segunda piel.
No hay horizonte, ni destinos visibles. Solo esta sucesión de tierras dormidas, como si el paisaje también necesitara hacer una pausa.
Llevo un cuaderno abierto sobre las rodillas. Aún no he escrito nada. Pero estoy. Y a veces eso basta.
En los asientos de atrás, alguien tose. Más allá, una mujer mayor duerme envuelta en una bufanda de lana. Nadie habla. El tren es un templo tibio donde se nos permite no tener prisa.
Miro por la ventana y pienso que tal vez también dentro de nosotros hay páramos:
lugares donde no pasa nada, pero donde se recalibra todo.
Espacios donde lo importante no es avanzar, sino permanecer.
Hoy no necesito respuestas.
Hoy me basta con estar en movimiento.
Con mirar. Con anotar una frase suelta.
Con dejar que la lluvia acompañe.
El tren sigue.
Yo también.
Gracias por leer.
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Nos seguimos leyendo.
Creo que el tren es el mejor medio para viajar. La cadencia del traqueteo, poder disfrutar del paisaje, todo invita a leer, escribir o dejar volar la mente. Supongo que soy una romántica.
Esta frase es bálsamo para mentes inquietas que necesitan esos paramos internos.
"El tren es un templo tibio donde se nos permite no tener prisa."
Quizá si, quizá nosotros también tenemos esos espacios, donde basta con estar, ser y conectar, aunque no tengamos aún certezas de cuál será la siguiente estación.