Cuadernos desde el tren - Episodio 2
El expreso más lento del mundo
Durante años, pensé que los trenes eran una metáfora del tiempo que se escapa. Pero entonces apareció el Glacier Express, y me enseñó que también pueden ser una forma de quedárselo.
No es un tren cualquiera. Une Zermatt y St. Moritz, dos postales suizas tan perfectas que parecen inventadas. Lo llaman el expreso más lento del mundo, aunque la palabra expreso aquí tiene algo de ironía y bastante de poesía. Ocho horas, 291 puentes, 91 túneles y una sola idea que lo sostiene todo: llegar no es tan importante como mirar.
En mi ventanilla, el mundo pasaba con la lentitud exacta de una respiración consciente. Cumbres nevadas, pueblos diminutos, valles que parecían dormidos bajo un edredón de invierno. Nada pedía atención, pero todo la merecía.
Y entonces lo entendí:
Hay paisajes que solo se revelan si uno no tiene prisa.
Hay pensamientos que solo brotan cuando el alma se sienta.
Hay trenes que no te llevan lejos, sino hondo.
El Glacier Express no me dejó ninguna anécdota ruidosa. Ningún encuentro memorable, ningún imprevisto que contar. Solo me dejó el silencio. Ese que aparece cuando el mundo deja de empujarte. Ese que ocupa el vagón contigo y te recuerda que también tú puedes ir más lento.
En Cuadernos desde el tren, quiero escribir sobre eso.
Sobre los viajes que no se miden en kilómetros ni en likes.
Sobre las ventanas grandes y los trayectos pequeños.
Sobre los trenes que no corren, pero te alcanzan.
La próxima vez que sientas que llegas tarde a algo, piensa en este tren.
Y pregúntate si, tal vez, lo que necesitas no es correr más… sino mirar mejor.
Nos seguimos leyendo,
en este vagón sin urgencias,
con un poco de frío afuera y muchas palabras por venir.
Gracias por leer.
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Nos seguimos leyendo.
Qué precioso viaje debe ser el del Glacier Express. Esas travesías lentas que te permiten saborear el paisaje y te trasladan a otras épocas. Gracias por subirnos a ese tren.