Domingo, tarde
Desde la habitación azul
No sé qué tienen las sobremesas de los domingos. Tal vez sea el café, que baja lento y tibio, como si se resistiera a marcharse. O el silencio que queda cuando las palabras ya han hecho su trabajo.
Hoy me ha dado por pensar —sin querer del todo— en las veces que me he sentido en escena.
No hablo de un teatro grandioso. Más bien de esos escenarios cotidianos donde uno también actúa. La reunión inesperada. La conversación difícil. La llamada que no se puede posponer.
No hay focos, pero sí miradas. No hay aplausos, pero todos esperan algo. Una versión de ti. La más adecuada. La más creíble.
A veces la vida se parece demasiado al teatro. Nos vestimos para el papel. Afinamos el gesto. Sonreímos en el momento justo.
Y entonces, sin aviso, se abre el telón.
Lo que más me inquieta no es actuar. Es no saber si he ensayado lo suficiente. Si aprendí bien el texto. Si este personaje que soy —el padre, el amigo, el hombre que escribe— se parece de verdad a mí.
O si es solo una versión más fácil de comprender.
Recuerdo una frase sobre el Carnegie Hall: para llegar allí, solo hay un camino —practicar, practicar, practicar.
Pero, ¿cómo se practica para ser padre? ¿Para despedirse? ¿Para sobrevivir a uno mismo cuando la vida se detiene por dentro?
Ojalá la vida nos permitiera repetir escenas. Corregir los silencios que dolieron. Ensayar los abrazos que no supimos dar.
Pero la vida no da segundas tomas. Es función única.
Y aun así —o precisamente por eso— hay que salir. Hay que estar. Aunque tiemble la voz. Aunque se nos olvide una frase. Aunque no haya público.
Desde esta habitación azul que me guarda, solo me digo esto:
no hace falta hacerlo perfecto.
A veces basta con presentarse, respirar hondo y decir:
aquí estoy.
Gracias por leer.
Si este relato te ha acompañado aunque sea un momento, te invito a dejar un me gusta, comentar lo que te ha resonado o simplemente compartirlo con alguien a quien pueda llegarle.
Y si aún no lo haces, puedes suscribirte para recibir cada nuevo texto directamente en tu bandeja de entrada.
Nos seguimos leyendo.
“Pero la vida no da segundas tomas. Es función única.” La de veces que he pensado algo similar. Qué bueno sería que nos dejaran repetir la escena cuando nos hemos equivocado. Incluso, que pudiéramos leer el guion antes de que la historia se desarrolle, para elegir mejor, o, al menos, equivocarnos con todas las consecuencias ya sabidas. No hay manuales ni directores que nos enseñen, así que no nos toca otra que salir a escena y hacerlo lo mejor que sabemos, que no es poco.
La vida no da segundas tomas por lo que no hay que apurarse en la primera. Darse tiempo es el mejor autoregalo.