No sé si a ti te pasa, pero a mí, cuando el mundo aprieta, me basta con salir. Caminar sin rumbo. Escuchar el crujido del suelo bajo los zapatos. Sentir el viento en la cara como si alguien me soplara una historia antigua al oído.
La naturaleza tiene eso.
No da respuestas, pero acompaña.
No cura, pero sostiene.
Y a veces, solo a veces, susurra.
Hay un poema que vuelve a mí de vez en cuando. Se llama Thanatopsis. Suena a palabra grave, pero es más sencilla de lo que parece: “una mirada sobre la muerte”.
Y sin embargo, no es un poema oscuro.
Es un canto sereno a lo que somos.
Una mano en la espalda que no empuja, pero tampoco suelta.
Bryant escribe que quien ama la naturaleza y se deja atravesar por ella escucha sus voces. En los días alegres, canta con nosotros. En los días difíciles, se vuelve suave, cercana, casi maternal. Y sin que lo notemos, se lleva un poco de la dureza del pensamiento, lima los bordes, calma el filo.
No te habla para explicarte nada. Te habla para que recuerdes.
Que formas parte.
Que no estás fuera.
Que lo que ahora duele, un día será raíz.
Que lo que ahora parece final, es también semilla.
Hay una alegría callada en saberse parte de ese ciclo.
No la alegría que ríe.
Sino la que respira.
Por eso, cuando todo se vuelve demasiado, salgo.
Camino entre árboles.
Miro el cielo como quien busca a alguien querido.
Y aunque no me diga nada, aunque el mundo siga igual…
Siempre vuelvo con un poco más de luz.
Gracias por leer.
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Nos seguimos leyendo.
Cuando el alma pesa, nada mejor que aligerar cargas en conversación con la naturaleza. Gracias !
Me pasa igual. Camino bajo los árboles y volteó hacia arriba como para sentirme cobijada por su sabiduría ancestral de todo lo que han presenciado mientras permanecían estoicos. Y el viento me limpia a cada paso. Definitivamente ya no regreso igual. Es como si me hubiera consolado Pachamama.