La última entrevista
Una puerta que se cerró sin ruido, pero dejó eco.
Hacia un año que me había bajado de la noria ejecutiva, estaba centrando en nuevos proyecto, asesorando a pequeñas compañías a transformarse digitalmente, las cosas iban muy bien, vivía tranquilo y había empezado a escribir otra vez. Una mañana recibí una llamada, era un headhunter con el tenía muy buena relación, me ofrecía un proceso en una multinacional del sector, la compañía le había dado directamente mi nombre. Al principio dije no y lo dejé correr. A la semana siguiente me volvió a llamar, la compañía insistía para que yo fuera una de los candidatos, esta vez me pudo el ego y dije sí y aquí empezó el proceso …….
Estuve a punto de no ir. La noche anterior no dormí nada. La cabeza a mil, el cuerpo tenso, como si ya estuviera en una sala sin aire, respondiendo preguntas con la espalda recta y la sonrisa justa. Me miré al espejo antes de salir de casa y pensé: “Hoy se cierra un ciclo, de una forma u otra.”
Era la última entrevista. Había pasado cinco rondas, seis personas. Dos senior managers de Recursos Humanos que escudriñaron cada línea de mi currículum, un director de división con mirada de evaluador perpetuo, el consejero delegado —serio, afilado, brillante— y el presidente del consejo, que no habló mucho pero no dejó de observarme un segundo. Quedaba una sola conversación. Una última prueba. Con la directora corporativa de RRHH.
Ella me recibió en una sala luminosa, sin adornos. Era elegante, precisa. Empezamos en inglés. Preguntas sobre mis estudios, mis cambios de empresa, mis responsabilidades anteriores. Yo respondí con fluidez, casi con ritmo de piloto automático, pero manteniendo el tono humano, creíble. Luego cambiamos al español.
Hablamos de liderazgo. Le conté mi forma de entender los equipos, el ejemplo, la escucha. Le hablé de la presión de reportar a consejos, de proteger a tu gente cuando la tormenta viene de arriba, de decisiones duras que no salen en las memorias anuales. Me preguntó por mi familia. Le hablé de Vicky, de Víctor. Me escuchó con interés sincero.
Tres horas después, hablamos de condiciones. El paquete era potente: sueldo de seis cifras, bonus anual, coche, vacaciones generosas, stock options. Ella sonrió y dijo:
—Si estás de acuerdo, solo falta la firma.
Lo estaba. Lo dije.
Entonces me miró a los ojos y preguntó:
—¿Quieres decir algo más?
No sé de dónde saqué el valor. Pero lo dije.
—Sí. Soy bipolar.
Hubo un segundo de silencio. No de esos que incomodan, sino de los que se cargan de electricidad. Ella parpadeó una vez. Tomó aire.
—¿Diagnóstico reciente? —preguntó con voz tranquila.
—No. Tipo II. Diagnóstico desde hace años. Tratado. Estable. No ha afectado a mi desempeño profesional. Lo he gestionado en paralelo a mi carrera. He liderado equipos, negociado contratos internacionales, asumido responsabilidades globales. Pero creo que es justo que lo sepas.
Ella cruzó las manos sobre la mesa. No había juicio en su mirada. Tampoco condescendencia. Era otra cosa. Algo que no supe leer del todo en ese instante.
—Gracias por decirlo —dijo al cabo de un momento—. No todo el mundo lo haría.
Asentí en silencio. Ella bajó la mirada hacia su bloc de notas. Hizo una marca, casi imperceptible, como quien tacha una palabra sin importancia.
—¿Has tenido algún episodio recientemente?
—No —respondí—. Llevo años en tratamiento. Estabilidad completa. Sigo un protocolo médico, tengo terapia y estoy plenamente operativo. No ha interferido nunca con mi trabajo.
—Entiendo. —Lo dijo con una voz que ya no entendía. Una voz protocolaria, como si hubiese vuelto a ponerse el traje de empresa justo al oír la palabra “bipolar”.
La entrevista no terminó en ese instante, pero lo que vino después ya no tenía la misma temperatura. Ella cerró su carpeta con cuidado, me preguntó si necesitaba algo más, y se levantó sin ofrecerme la mano. Solo una sonrisa profesional, de esas que no llegan a los ojos.
En el ascensor, mientras bajaba al hall acristalado de la torre, supe que no me llamarían.
Y no lo hicieron.
Pasaron cinco días. Luego diez. Escribí un correo breve, educado. No hubo respuesta. Finalmente, una asistente de Recursos Humanos me envió un mensaje genérico:
“El proceso ha concluido con otro candidato. Le agradecemos sinceramente su participación.”
Me quedé mirando la pantalla un rato. No por sorpresa. Por confirmación. Porque en esa última entrevista no me descartaron por falta de experiencia, ni por liderazgo, ni por ajuste cultural. Me descartaron cuando dije quién era, entero.
Había ganado todas las batallas. Menos la de poder ser yo mismo sin pagar el precio.
La última entrevista no fue solo la de ese puesto. Fue la última vez que traté de encajar en un molde que nunca estuvo hecho para mí.
⸻
Epílogo
No volví a buscar un cargo como ese.
No por miedo, ni por orgullo. Sino porque entendí que la cima de algunas montañas no justifica las heridas del ascenso.
Desde entonces, he seguido trabajando. Con la misma entrega, con la misma pasión. Pero lo hago en mis propios términos. Con el alma entera, sin dividirla en trozos presentables y otros silenciados.
Aquella entrevista me enseñó una lección cruel, pero necesaria: la inclusión es un discurso bonito… hasta que alguien lo pone a prueba.
Y yo la puse.
Y no encajé.
Pero no me rompí.
Gracias por leer.
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Nos seguimos leyendo.
Hoy llamamos “valiente” a quien se muestra completo, tal como es. A quien persigue lo que desea o sueña más allá de los ceros en la cuenta corriente o una ilusoria estabilidad. La realidad nos dice que el que se atreve a quitarse la máscara acaba resultando incómodo para otros. Pero también duerme mucho mejor. Me ha encantado este texto, Pedro. Bravo y gracias.
Esos descartes son los más dolorosos (alguno he vivido), precisamente por lo injusto de rechazarte por ser sincero y mostrarte completo. Ni lo uno ni lo otro debería penalizarse. A veces, tengo la sensación de que pedimos sinceridad y no sabemos/queremos gestionarla.
Por suerte, siempre hay un rayito de luz en toda adversidad. Aquí es que tu promesa se cumplió, cerraste ciclo y para mejor. La abundancia no entiende de cifras, es un estado del ser y creo que has llegado a él 💜.